Calle desierta

En la vida hay personas que, se quiera o no, se terminan conociendo. Son aquellas que parece que el destino te las cruza en tu camino para terminar de moldear “aquello” que todos llevamos dentro. Pero más allá del destino, y sin entrar en ese eterno debate, hay otras que las elegimos nosotros. Una tarde salimos a dar un paseo y vamos por una calle en concreto, no porque lleguemos más rápido o queramos ésa y no otra por algún motivo, sino simplemente… porque sí. Y en esa calle nos cruzamos con una persona, una persona con la que entablamos conversación por algún motivo (trascendente o no). Y esa primera conversación se puede quedar ahí justo al emprender nuestra marcha errática, o ser el comienzo de algo, da igual amor, amistad, odio o lo que cada cual elija y el momento, lugar y compañía permita. Y ese comienzo puede que, sin darnos cuenta, nos marque de por vida de una u otra forma.
Y yo me pregunto: ¿habrá alguien tras esa esquina? ¿Cuántos momentos nuevos faltan por vivir? En realidad, poco importa. Quien quiera venir, que venga y el que no, pues en su derecho estará, pero lo que no deja de maravillarme (de ahí el origen de estas líneas) es cómo puede enmarañarse el tiempo y el espacio para que ocurra tal o cual cosa. Es más, la eterna pregunta de “qué hubiera pasado si…” que juré no volver a hacer, parece que se oculta en cada frase, cada aliento en un atardecer frío, cada paseo a la luz de las farolas en una calle desierta.
En realidad, no es más que un guiño del destino, pero ese guiño me sigue despertando asombro ante la magia de cada nuevo día.