miércoles, septiembre 17, 2008

Al amparo del César

La diosa Fortuna sigue alumbrando mi cara, que sonríe por encima de las nubes observando la vida como si de un pájaro se tratase. Al lado de Constantino se encuentra uno de los enclaves más queridos por la Humanidad. Desde siempre, el hombre ha buscado la manera de ser feliz, removiendo cielo y tierra como si el objetivo se encontrara perdido entre las ruinas de un pasado turbulento. Y la realidad está más cerca que un objetivo: siempre hay que disfrutar con el camino. Eso lo he aprendido hace demasiado poco, cuando un tornado entró en mi vida 26 años tarde. He decidido disfrutar del momento, pensando en un final, claro está, pero saboreando cada mirada, cada caricia, cada palabra que me hace sentir más vivo que nunca, como si nada de lo que hay alrededor fuera real, tan sólo los dos en un baile rodeados de estrellas que nos miran con cariño.

Hoy me siento el hombre con más suerte del mundo. Es como si toda la suerte que me ha faltado siempre me la hubiera encontrado por casualidad una tarde paseando. Y en realidad así ha sido. Cada vez me alegro más de haber tropezado en otras ocasiones, lo que me ha hecho levantarme con la fuerza suficiente para llegar hasta aquí. Y esta vez me he levantado para quedarme de pie, luchando contra cada fantasma que nos acose, con cada malvado o aprovechado que aceche en la oscuridad, con cada pesadilla que surja en la noche y amordace al señor de la arena. Soy feliz si lo está, me siento bien si está a gusto, me preocupo cuando veo ese destello de tristeza en sus ojos, sólo por hacer feliz a quien me lo está haciendo ser a mí. Y eso no cambiará, por mucho que llueva, ya me he decidido demasiadas veces como para saber que la prudencia debe ser una virtud y no un defecto, y que de una vez relaje los músculos para sentir cada brizna de aire que roza mi piel mientras llega el día en el que seguro que seré aún más feliz.