domingo, septiembre 30, 2007

Hoy me vi hablándole al silencio, rodeado de lluvia, arropado falsamente por un orgullo asqueroso y ensordecedor. Observo el fondo casi sin poder tocarlo, pero está ahí, muy cerca, tan cerca que puedo escupir pensamientos sin sentido que me esperan pacientemente a que al fin me caiga del todo.

Cada palabra que se cruza marca una nueva herida que me agujerea el alma, construyéndola, moldeando un día tras otro sin más pretensión que pasar al siguiente. Y sin embargo sigo inmóvil, atándome las manos con estupideces que no dejan moverme más allá de ese bosque absurdo y pueril en el que me pierdo.

El mundo sigue, impasible, ajeno a lágrimas que no merezco, perdones que no he ganado, sonrisas que no deberían existir. Y mis ojos siguen cerrados, testigos de una agonía que no se marcha por más que se grite. No merezco indulgencia en sueños donde el día se convierte en algo fácil y amable, cuando todos duermen y yo vivo entre viajes y locuras que no afectan tan sólo a un triste despertar en el que todo se esfuma y donde no puedo afrontar que llegue a ser como el silencio dice. No, ya no, ahora el silencio se transforma en palabras que hablarán por mí como un rumor lejano que nadie recuerda al segundo de oírlo.