jueves, mayo 22, 2008

Amor de parque


Estaba distraído mirando hacia el suelo. Como cada tarde, se acercó al parque con una bolsa de arroz inflado, el bolígrafo “bic” que tanto quería y su inseparable libreta.

Años atrás, en ese parque bullía la niñería, pero hoy sólo había parejas haciéndose arrumacos y ancianos dando de comer a los pájaros o leyendo el periódico en un banco soleado. Antes sólo había risas, pero hoy las discusiones de los novios contrastaban con las sonrisas de aquellos que veían a sus amigos de una juventud casi sepultada en el tiempo, pero que seguía viva en sus corazones.

Y en medio de toda aquella vorágine de sentimientos estaba él. Como siempre, escogió aquel banco, el mismo que visitaba cada tarde desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado. Sabía que hoy no podía ser diferente, que no encontraría a esa muchacha que conoció antes de que las canas empezaran a aparecer en su pelo, pero no perdía la esperanza. Al principio pensaba que un día u otro aparecería, pero poco a poco se fue convenciendo de que aquello fue todo. Sólo fueron unas risas, unas miradas demasiado cómplices y un beso furtivo a la sombra de aquel cedro, pero seguía pensando en que la marca que le había dejado era demasiado profunda como para intentar olvidarla, aunque lo hubiera intentado, aunque hubiera preferido no beber tanto esa noche, aunque ese momento significara para él la primera vez que se hubo sentido realmente vivo.

Se sentó en el banco, despacio, sin prisas, tenía toda la vida por delante para hacerlo. Apuró su bolsa de arroz inflado y alargó la mano sin mirar hacia la libreta, pero no la encontró. En su lugar había una chica, una chica que le miraba con una mezcla de curiosidad y tranquilidad. Página a página, frase a frase, estaba leyendo cada palabra que hubo anotado en esa libreta, palabras que le hubiera querido decir y no tuvo tiempo, otras que ni siquiera se hubiera atrevido y algunas que quizás no dijera nunca…

“Quisiera que temblaras como lo hice aquella noche contigo”. Ésas eran las últimas que había escritas. La chica giró sobre si misma, buscando algo en su bolso. De pronto, entre sus dedos apareció un bolígrafo gemelo al que siempre había usado. Cogió la libreta y garabateó una frase apresurada justo debajo de lo que había escrito, y le tendió la libreta. Él inclinó la mirada y leyó:

“A partir de ahora voy a temblar cuando te vea, y si, de placer si quieres...”

Al volver la mirada, una sonrisa cómplice y risueña le transportó a aquella noche en la que nació por segunda vez.

  • Todo estos años estuve observando, pero nunca me atreví a acercarme.
  • No importa, ya estás aquí, te dije que siempre te esperaría, y lo hubiera hecho mil años más.

La libreta cayó al suelo mientras los dos se besaban, ya no la necesitaría, podría decirle todo aquello que quiso y no pudo, todo lo que quizás ahora sí tenía sentido.

1 Comentarios:

Blogger Ada dijo...

guau!! jajaja. La verdad es que no sé qué comentar, me has dejado de piedra. Si es que cuando kieres, eres capaz de irradiar felicidad. Me gustas más así. Me alegra este cambio, de triste a risueño e ilusionado. Y bonita historia que has montado! Bravo, es sencilla pero preciosa. La analizaré con mas calma. Me das miedo...

1:26 a. m.  

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