lunes, abril 28, 2008

La voz


Estaba apoyado en ese oscuro rincón de la barra al fondo del bar. Siempre hacía lo mismo: abría la puerta, se dirigía al rincón, y allí se quedaba, mirando los reflejos del hielo en el vaso… noche tras noche. Alrededor se sucedían viejos conocidos y algunas caras nuevas que pasaban a ser viejas al cabo de un tiempo, pero nadie se atrevía a acercarse a aquella parte del bar. Su presencia no resultaba violenta, tan sólo ya nadie se percataba de él. Se había convertido en parte del mobiliario, como un cenicero que no se limpiaba desde hace mucho.

Pero aquella voz le resultaba demasiado familiar. Habían pasado muchos años, demasiado tiempo como para que nadie le recordase en sus sueños, demasiadas noches huyendo de una vida triste y gris para convertirse en lo que realmente hace solitarias a las noches. Aquella voz le recordó momentos mejores, y una lágrima se deslizó por su mejilla. Desde hacía mucho sintió la necesidad de mirar más allá de su vaso, pero no podía, la cobardía que le inundaba le paralizaba. Fueron unos segundos eternos. Cada pequeño sonido eran miles de recuerdos que se desperezaban de un largo letargo. Y los pasos cada vez estaban más cerca. Seguía inmóvil, pero el vello de sus brazos se erizaba como si un cuchillo helado le hubiese atravesado el corazón. En el momento que creía que tendría que girarse y simular una de esas inocentes sonrisas que antes poblaban su cara sin esfuerzo alguno, los pasos se detuvieron a su lado. Pero no hubo preguntas, ni caricias. La voz seguía hablando con alguien que permanecía mudo.

De repente, abandonando su mutismo, apuró su copa, se levantó lentamente y salió de aquel bar que se había convertido en lo más parecido a un hogar desde hacía mucho. Ya en la calle, rompió el cristal del coche que estaba más cerca, agarró con fuerza uno de los trozos más grandes de cristal y se lo clavó sin pensar en el estómago. Mientras caía, vencido por un dolor mucho mayor que el producido por el cristal, vio el reflejo del interlocutor, vestido con una toga negra que escondía sus pies, y reconoció a la que tantas noches había esperado.

Allí en el ese oscuro rincón de la barra al fondo del bar seguía su vaso con el hielo medio deshecho. Y justo delante del posavasos, una hoja de papel rasgado donde se leía el nombre de la voz, que resonaba aún más fuerte mientras el interlocutor esbozaba una sonrisa al infinito.

1 Comentarios:

Blogger Ada dijo...

Muy bonito. Me he implicado en la historia y he sentido pesadumbre al terminar. La vida para esa persona debería ser mejor que la que tiene y esa voz debería estar a su lado para siempre...

11:06 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home