Gotas azules y un vaso de agua junto a la cama

El agua me habló anoche. Me dijo que no siguiera huyendo de mis fantasmas, que no fuera mi propio fantasma. Dando una paliza a mi voluntad, palideció al comprobar que todas sus sospechas eran ciertas, que poco se podía hacer ya. Todo estaba hecho, nada llegó a servir de aliento. La locura había llegado para quedarse escondida entre ramas y sombras, esquinas húmedas bajo la Noche. Y el mar sigue subiendo su nivel, esperando desbordarse en una sacudida violenta donde sólo los peces sobrevivan. Y la voluntad se vuelve a estirar como una goma a punto de romperse, tanto que hasta todos cierran sus ojos sin saber realmente lo que ocurre en cada esquina, en cada mundo.
Una huida hacia arriba, tocar las nubes, abrazarlas y envidiar el no poder estar ahí, encima de la lluvia, dentro de ella, acariciando cada gota como un universo nuevo lleno de esperanzas para unos y pérdidas para otros. El humo se tiñe de añil a su paso por esas trazas que recuerdan vidas pasadas en las que todo era más fácil al amparo de un deseo, sin vacíos reales ni nuevos viejos recuerdos.
Una huida hacia arriba, tocar las nubes, abrazarlas y envidiar el no poder estar ahí, encima de la lluvia, dentro de ella, acariciando cada gota como un universo nuevo lleno de esperanzas para unos y pérdidas para otros. El humo se tiñe de añil a su paso por esas trazas que recuerdan vidas pasadas en las que todo era más fácil al amparo de un deseo, sin vacíos reales ni nuevos viejos recuerdos.
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