martes, enero 23, 2007

Tiemblo cada vez que lo pienso. Puede ser que la vida te enseñe a dudar ante situaciones así, pero ésta no era una de ellas… no podía serlo. Cada pelo se me erizaba más y más hasta el punto de doler como si fueran espinas. Y el cañón apuntaba directamente a mi entrecejo. No hacían falta las palabras: cualquier sonido, por mínimo que fuera, llegaba a molestar en ese ambiente de calma enrarecida. Parecía el final de aquella pesadilla, pero nada de eso, no dejaría que ocurriese. Clavé la mirada en el cañón, imponiendo mi deseo al suyo, haciendo valer por una vez el sentido común y las agallas sobre todo lo demás. Y agarré la pistola lo más fuerte que pude. Fue un forcejeo lento, casi acompasado. Los movimientos se sucedían de forma predecible, como si todo estuviera calculado y ensayado hasta la saciedad. De pronto, el baile cesó y el arma cayó al suelo junto con una lágrima que corría por mi mejilla. El golpe percutió la bala de la recámara y el estruendo resonó en toda la habitación, ahora sería libre… había ganado. Me levanté lentamente, secándome el sudor y maldiciendo la hora que me puse esa pistola en la cabeza.